Escuche aquí el audio de este post:
Por Nelly Garita Lizano
¿En qué momento se me fue la vida? ¿Por qué tomé decisiones apresuradas? Qué metidas de pata me he pegado. ¿Por qué soy así? ¿Por qué no puedo vivir en paz? ¿Felicidad, qué eso? ¡Qué complicada se hizo la vida! ¡Cuánto diera por cambiar mi pasado! ¡Cuánto me arrepiento de haber hecho…! Por qué, por qué, por qué…
Éstas no son preguntas fáciles, ni frases alentadoras, de hecho, son dignas de una crisis existencial de esas que tenemos en las diferentes etapas de nuestras vidas, a los 13, a los 17, a los 20, a los 25, los 30, los 40, los 50… y es que la mayoría de personas vivimos en una constante lucha con nosotros mismos, somos los más sangrientos autocríticos y los más duros jueces de nuestra propia vida. Nosotros decidimos qué tan complicado queremos vivir.
La autocrítica es indispensable, mentalmente saludable para mejorar como personas, para poner “las barbas en remojo”, para reflexionar, pero acostumbramos apuñalarnos a nosotros mismos sin la más mínima compasión. Cuando el del problema es un amigo o alguien cercano, le apoyamos, estamos pendientes de esa persona, le demostramos nuestro cariño, nuestro amor, le decimos que todo va a estar bien y creemos fielmente que así será. Cuando el problema es nuestro, nos traicionamos a nosotros mismos y recriminamos día y noche nuestra forma de actuar ante esa situación, el amor propio se nos desaparece. Pasan días, a veces semanas y en lugar de mejorar, se nos sigue hundiendo el barco…
Si llenarnos de prejuicios y de opiniones negativas hacia otras personas no es sano, imagine cuánto daño nos hacemos al autojuzgarnos. Es cierto, seguramente usted ha metido la pata feísimo, así como yo lo he hecho y nos cuestionamos, nos pasamos esperando de día y pensando de noche, la pasamos horrible, pero hay situaciones que debemos soltar y sobre todo, perdonarnos a nosotros mismos, como un acto de amor.
Debo aclarar que pese a que soy creyente no me gusta tocar temas religiosos, sin embargo y aunque no llevo una vida perfecta, en el perdón propio encontré paz para mi vida. Hubo acciones, situaciones y decisiones que tomé en determinados momentos que no me dejaban vivir plenamente, de algún modo me victimizaba y un día tomé la decisión de perdonarme… Casi nunca me he atrevido a decirle a algún amigo que perdone sus errores, porque a las personas no nos gusta que nos digan eso, pero nos pasamos la vida perdonando a otros, pidiendo cacao, rogando y dándonos siempre a otros y nosotros qué… El perdón aliviana la vida, elimina emociones negativas, nos hace sentir libres y no hay nada más rico que la libertad. Lo que no debemos olvidar es que perdonarnos no significa justificar el daño que pudimos haber provocado en nosotros o en otras personas y al final se convierte en algo parecido a un ciclo: me perdono, pido perdón y también te perdono.
Somos buenas personas con los demás y no estamos para nosotros mismos. ¿Que contradictorio, no? Nos convertimos en enemigos propios, saboteamos lo que sea que tengamos y creemos que sentir felicidad implica que algo malo nos va a pasar.
Tuve un amigo que cuando establecía alguna relación con otra persona, temía tanto echar a perder las cosas que se autosaboteaba. Semanas o meses después de salir con alguien, la llamaba o wasapeaba, le dedicaba “Aléjate de mí” (canción de la banda mexicana Camila) y se cerraba de inmediato ese capítulo de su vida. Luego lloraba y sufría, escuchando una y otra vez “Me dediqué a perderte” (de Alejandro Fernádnez). Así iba sumando decepciones, dolor, culpa, sufrimiento. En su momento, por ser algo que siempre hacía, nos reíamos, pero a las semanas o a los meses, nos enterábamos de que le pesaba haber provocado tanto sufrimiento a alguien que quería, terminándole de esa forma tan fría (y tonta) y aunque realmente quería a esa persona, “cerraba esos ciclos” con largas crisis depresivas, que algunas veces necesitaron hasta internamiento hospitalario.
¿Qué sentido tiene dejar escapar personas que llegan a hacernos más bonita la vida, personas que nos quieren tal cual somos? Precisamente por sentir que nuestro barco naufragó y por ese autoconcepto miserable que tenemos, hemos preferido rodearnos de los que nos hacen “la masa aguada” por interés, gente que trae conflicto a nuestra vida, personas con malos hábitos, con más problemas que soluciones, personas que nos hacen creer que somos malos y nos manipulan a través de la culpa, amigos falsos en muchas ocasiones y relaciones tóxicas, como se dice ahora.
Recuerde que si usted no tiene idea de cuánto vale, se va a rodear de personas que tampoco lo sabrán. Es tan necesario ir cerrando nuestro círculo y rodearnos de verdaderos amigos, identificar quien sí, quien no y quien nunca.
Nunca es tarde para empezar a sanar heridas y cuanto antes lo hagamos, mejor. Debemos hacer un alto y ser conscientes de que a veces necesitamos una mano, necesitamos ayuda, pero también hay que dejarse ayudar para empezar a trabajar en nuestra mejor versión, reengancharnos con la vida, permitirnos ser.
Véase con amor, no con odio, sáquese ese peso de encima, suelte la culpa y dé la bienvenida a todo lo hermoso que la vida le está ofreciendo. Acéptese, abrace sus defectos, perdone su pasado, sosténgase, repárese, cuídese, ámese, escuche su corazón y deje de huir, no repita lo mismo que ya hizo antes y no le dio resultado. Haga las paces y reconcíliese con la persona más importante de su vida: usted.
No es sano vivir con el miedo constante de que la historia se repita, de que volverán a herirle o de que volverá a herir a alguien. Dése la oportunidad de volver a vivir, de volver a sentir, de encontrar amor, paz y plenitud en su vida.
Siempre habrá personas, que así, sin filtros, le amarán con el alma y le esperarán la vida entera.
Sobre la autora: Periodista y docente del Colegio Universitario de Cartago, Costa Rica. Especialista en mediación de entornos virtuales de aprendizaje. Speaker internacional, enfocada en comunicación, docencia profesional, storytelling, transmedia y productora de contenidos para social media.
Escribir un comentario
Comentarios