Por Josué Masís Abarca
No es mentira para nadie que la economía mundial está jodida, que las repercusiones en el corto a mediano plazo son inciertas, que el desempleo y el subempleo están creciendo, y que hay una serie de eventos que dependen de estos cambios. Antes de continuar, resaltemos el hecho que esta es la opinión personal del autor, sujeta a cuestionamientos, cambios y reflexiones.
La educación es uno de los pilares del progreso de las sociedades, sin educación no hay avances sociales y económicos, pero hay algo preocupante en torno al futuro después de los estudios. Imaginemos que tenemos todas las opciones laborales en una tabla de Excel, que hay una columna de personas que se pensionan cada año, y otra de personas recién graduadas que suplirían esos espacios, una ecuación para nada complicada, dos nuevos graduados entran a sustituir a dos pensionados, sería casi soñado excepto que la realidad es otra, no tan pareja. La fantasía sería tener diez graduados apenas para llenar diez espacios, y la vida laboral nos cachetea con tres o cuatro pensionados que dejan espacio para veinte, treinta, vaya a saber Dios cuántas personas que necesitan ese puesto. Lo complejo de este asunto está relacionado a la responsabilidad social de las instituciones universitarias, parauniversitarias, técnicas, y afines que cada año gradúan un importante número de personas que se topan con un mercado laboral reducido y entonces surgen crisis y dudas. Caemos en una pregunta ¿mediocre?, si, ¿válida?, también; esa pregunta es la de ¿entonces vale la pena estudiar si no hay brete?, y la he escuchado cualquier cantidad de veces. Y la frustración se ve inflada cuando nos damos cuenta de que hay influencers, youtubers, creadores de contenido en redes sociales o plataformas como Only Fans, inversores de divisas (FOREX para los compas), que están ganando más que una persona que estudió y está ejerciendo. Una desmotivación enorme.
Lo anterior nos lleva a otro punto que se relaciona con la creatividad y la necesidad de subsistencia del ser humano, y es la cantidad de emprendimientos que han surgido gracias a la facilidad de internet. Conocemos a gente que empezó a hacer reposterías, uñas acrílicas, se montaron una barbería, tienda virtual en Instagram, entre otras actividades como Uber, Uber Eats, y delievers parecidas, y van saliendo con eso para subsistir.
Hubo otros tiempos en los que conseguir trabajo era relativamente sencillo o al menos no había tanta saturación en el medio, no había tantos requisitos, aunque no podemos negar las influencias de las argollas que todavía existen, una meritocracia difusa que está ahí. Nuestras generaciones están cuesta arriba, somos las generaciones que tendrán difícil una pensión, un terreno, una casa propia, ¿y qué le depara a las generaciones futuras?
Ya tenemos bastantes dudas encima, y con todo esto aparece un miedo enorme, ¿la falta de trabajo formal y la aparición de otras modalidades para generar ingresos harán que la educación se devalúe?, ¿cuánto le queda de vida a la “generación del cartón universitario”?, ¿tendremos sociedades idiotas sin formación académica, pero con followers por montones?
El llamado es a no dejar las aulas, de la educación se desprenden decisiones importantes, pero ¿cómo hacemos si la economía nos empuja?
Sobre el autor: Josué Masís Abarca es egresado de la carrera de Investigación Criminal y estudiante de Enseñanza de los Estudios Sociales de la UNA.
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